miércoles, 21 de octubre de 2009


Viernes. 19:00 horas. Me pongo el abrigo, ya no estoy en Madrid, acabo de cruzar el umbral del frío invierno. Me encuentro en Frankfurt después de dos horas de avión, una confusión con el asiento asignado, "Camino a la perdición", sandwich y coca cola. La noche ha llegado pronto, pero yo estoy dispuesta a quemarla. Nada mejor que dejar la mochila en el hotel, cenar en un típico alemán, tomar unos cuantos vasos de vodka y salir a ver que se cuece en las sombrías calles. El resto es historia. Sólo hay lagunas en mi mente.

Sábado. 10:00 horas. Dolor de cabeza, pero sonrisa en los labios. Desayunar salmón resucita el alma. Dispuesta a conocer el Museo de Arquitectura, me topo con un mercadillo de trastos usados. Vinilos, bicicletas oxidadas, viejas videoconsolas y demás cachibaches sacados de principios de los 90. Todo me atrae y me repele al mismo tiempo. Sigo caminando, el otro lado de la ciudad me espera. Ya no hay tiempo para arquitecturas. Entro en el apasionante mundo de las delicatessen y las tartas de chocolate con naranja. Un cafe latte servido por un italiano-portugués ayuda a combatir el resto de la tarde. El sueño se apodera de mí y vuelvo al hotel. Hay que recargar las pilas. Tras una hora, vuelvo a la calle. Buscando un lugar donde cenar, recorro la gran calle peatonal de las compras, llego hasta el Zoo y sigo paseando pensando qué tipo de cocina me gustaría probar. ¿Un indio?, ¿un japonés?, ¿tal vez un vietnamita? Hasta que aparecen las palabras mágicas: Wiener Snitzel. Sí, me apetece recordar aquel sabor de Viena. Regado con un excelente vino blanco de la zona, pruebo una crema de tomate típica exquisita. Termino y, sigo caminando. Vuelvo al hotel maquinando una nueva salida nocturna. Pero, ¿qué pasa? Mis ojos se cierran. Creo que hoy no saldré. El resto es historia. Aunque esta vez no hay lagunas en mi mente.

Domingo. 09:00 horas. Mi despertador suena por última vez en la ciudad del Meno. Hay que apresurarse, Heidelberg aguarda a una hora y media de tren. Check out, llegada a la estación, viaje por los raíles sobre campos de trigo y bienvenida a una nueva ciudad. Busco una imagen a lo lejos del castillo en ruinas, mi vista se alza y veo un dinosario de metal. Arquitectura de vanguardia en una ciudad que se me antojaba añeja. Continúo buscando las viejas piedras bombardeadas en la Guerra. Allí está, majestuoso edificio en tonos rosáceos. Desde lo alto se pueden observar unas vistas de la ciudad y del río sin igual. Bajemos pues. Tengo que patearme sus calles, pimplarme una cerveza y estar a tiempo en Frankfurt para subir a mi avión de vuelta. Todo son prisas a las seis de la tarde. Por lo pelos paso el control de seguridad. Me despido de Alemania. Auf wiedersehen!

Conclusión: Ha sido un fin de semana estupendo, donde he conocido gente increible, lugares que no creía que existieran y, bueno, el resto es historia.

2 comentarios:

  1. Hermosas palabras Gema!! Por lo visto, además de estupendas fotos, también escribes genial!! Gran relato de lo que, se nota, ha sido un fin de semana estupendo.

    Saludos!!

    Claudio

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  2. Muchas gracias Claudio, siempre tan atento. La verdad es que hacía tiempo que no lo pasaba tan bien. Espero repetirlo este finde en Edimburgo. Ya contaré mi experiencia en tierras escocesas.

    Saludos!!!

    Gema

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