Como viene siendo habitual, los días de nieve voy en metro al trabajo. Lo mismo que los fines de semana cuando me acerco al centro. Sin embargo, el ritual es distinto. Por las mañanas se respira otro ambiente. El aire está cargado de prisas, mal humor, pestañas con legañas y bostezos que se van contagiando unos a otros como fichas de dominó. -¿Qué te han traído los Reyes?- se preguntan un par de adolescentes en su camino hacia el instituto. Mientras, un chico pega cabezados, quizá porque aún no se ha recuperado de su fiebre del sábado noche. Ejecutivos con su maletín impecable -que nunca usan- de un lado a otro por el vagón. No hay sitios libres, la gente se agarra a la barra. Y así, estación tras estación, la marabunta condensa el aire. Fuera cero grados, dentro las paredes arden. Sigo de pie, observando el abrir y cerrar de las puertas. Bajo la mirada, no puedo detener una carcajada que viene abriéndose paso. Botas de cowboy de ciudad. Impecable, con su chupa de cuero, se planta ante mí. No puedo dejar de sonreir, me intimida su mirada. -¿Dónde dejaste el caballo?- se preguntan mis neuronas aún afectadas por el madrugón. El metro frena, he llegado a mi destino con el tiempo justo. Au revoir, hasta las siete, luego nos vemos.
lunes, 11 de enero de 2010
By Gema Sanchez Najera on enero 11, 2010
Como viene siendo habitual, los días de nieve voy en metro al trabajo. Lo mismo que los fines de semana cuando me acerco al centro. Sin embargo, el ritual es distinto. Por las mañanas se respira otro ambiente. El aire está cargado de prisas, mal humor, pestañas con legañas y bostezos que se van contagiando unos a otros como fichas de dominó. -¿Qué te han traído los Reyes?- se preguntan un par de adolescentes en su camino hacia el instituto. Mientras, un chico pega cabezados, quizá porque aún no se ha recuperado de su fiebre del sábado noche. Ejecutivos con su maletín impecable -que nunca usan- de un lado a otro por el vagón. No hay sitios libres, la gente se agarra a la barra. Y así, estación tras estación, la marabunta condensa el aire. Fuera cero grados, dentro las paredes arden. Sigo de pie, observando el abrir y cerrar de las puertas. Bajo la mirada, no puedo detener una carcajada que viene abriéndose paso. Botas de cowboy de ciudad. Impecable, con su chupa de cuero, se planta ante mí. No puedo dejar de sonreir, me intimida su mirada. -¿Dónde dejaste el caballo?- se preguntan mis neuronas aún afectadas por el madrugón. El metro frena, he llegado a mi destino con el tiempo justo. Au revoir, hasta las siete, luego nos vemos.
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