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martes, 17 de septiembre de 2013


A raíz del hastag #seismesesdeviajes, muchos me preguntan si voy a estar seis meses de viaje, pero la clave está en el plural. Lo que voy a intentar es marcarme siempre que me sea posible, esos viajecitos que solía hacer antes de fijar mi residencia en España para no salir en un año. 

Desde que me lo propuse, País Vasco y Oslo han sido los primeros destinos. La idea es continuar de aquí a fin de año con la misma filosofía. 

Siguiendo con el juego de plurales, no es lo mismo Aoslos que Oslo. Ese pueblecito que visitábamos toda la familia en verano para refrescarnos en su río. Siempre decía que algún día viajaría a Oslo y así ha sido. Conocía Bergen y Preikestolen, sus cascadas, lagos y fiordos, pero no había hecho parada en la capital noruega.

Ahora que la he disfrutado dos días, os puedo decir que es una ciudad de paso, un día es suficiente para conocer el Parque de las Esculturas, el Folkemuseum y ese gran edificio que es la Ópera. El museo Munch es un plus, pero no lo visité.

Si bien es cierto que un día es suficiente para empaparse de la ciudad, no cambio el haberme quedado dos noches. Primero porque nada más llegar desde Madrid, pude contemplar el atardecer hacia el fiordo de espaldas a su ayuntamiento, en un banco que nos estaba esperando para sentir la paz de una ciudad que se antoja tranquila.

Tampoco cambio la sensación de pasear por el Parque de las Esculturas a oscuras, sintiendo el misterio de un lugar donde sólo se oían los pasos de los que salen a correr a media noche. Espacio imponente, megalómano, abierto las 24 horas y cuidado, muy cuidado. 

Y por último, para seguir con nocturnidad y alevosía, caminar por la Ópera cuando todos duermen y sólo quedábamos los rezagados, no tiene precio. Sentir el silencio roto por un sueco que nos dio conversación, contemplar los edificios nuevos, sus luces iluminando el agua, la luna reflejada...

¡Os dejo con las fotos del viaje y el vídeo que he preparado, espero os guste! 




 



















martes, 3 de septiembre de 2013


Soy incapaz de captar horizontes rectos. Por eso quizá muchas veces tiro hacia el plano holandés. O será porque no me interesa la perfección. Me despreocupan las líneas cuando son rectas, pero me gusta seguir las diagonales en composiciones abstractas. Aunque hace tiempo que me aburren mis propias fotos de arquitectura. ¡Qué digo tiempo! ¡Siglos! Voy más hacia el paisaje de interior. De interior. De interior. Del interior.

La guerra comienza cuando me veo a caballo entre las composiciones perfectas de estampas perfectas y los mundos inquietos, imperfectos, de las fotografías que cuelgan en las galerías de arte. ¿Qué siento? ¿Qué me emociona? ¿Fotografío lo que me gusta ver en las fotos de otros? 

El espejo sin reflejo hacia lo conocido. Lugar de paso en una habitación céntrica de Donosti. Al lado de un patio que contaba historias por teléfono un domingo por la mañana. Paredes empapeladas. Callejeros viajeros. Callejeras viajeras. La arena de la playa perdiéndose en la ducha de un baño compartido.

Fotografías desde la cama. Momento en que la cámara se relaja sobre horizontes caídos. Donde el pañuelo pone fin a una guerra. Donde sólo importa lo que veo, nadie más excepto mi objetivo y yo saben lo que me retuerce por dentro. Lo que me eriza la piel. Aquello con lo que sueño cada día al despertar. FIN. COMIENZO.

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