En sus inicios, la fotografía podía ser entendida como una suerte de requisitos técnicos que bien empleados permitían inmortalizar la realidad. Una vez que la técnica básica estuvo definida, y con el inicio del siglo XX, la fotografía fue adquiriendo un componente artístico. Dejó de ser una forma, para empezar a ser un contenido. Se impuso durante mucho tiempo como una manera de retratar la vida humana. Probablemente de una forma tan profunda como solo las palabras mejor escogidas pueden hacer. No en vano, el dicho de que vale más una imagen que mil palabras ha llegado hasta nuestros días.
Si la fotografía solo se pudiese catalogar en base a una característica esta sería, sin lugar a dudas, si es en blanco y negro o a color. Esto es así por un motivo indiscutible: sustituir toda una gama de colores por el negro y sus gradaciones hace que la atención se centre inmediatamente en la construcción de la escena y la disposición e interacción de los objetos que se encuentran en la misma. Por el contrario, la introducción del color en la fotografía supuso una variable nueva. Los colores pueden conducir la atención hacia puntos de la fotografía que de otra manera no hubiesen atraído la mirada del espectador.
El coloreo de la foto empieza en la selección de la propia foto. Debe ser una instantánea que transmita viveza y tenga un contraste medio o alto, para tener juego con los colores. El primer paso siempre es restaurar la foto eliminando pequeños rayones o daños en el negativo. Los negativos originales hechos en cristal ofrecen unas condiciones de conservación muy altas.
El proceso se empieza seleccionando todos los elementos que aparecen, así podremos aplicarles color uno a uno. A modo de ejemplo práctico utilizaremos Bebiendo bajo el sol, 1942 (Original en blanco y negro Howard Liberman). Hay varios elementos bien diferenciados, como la piel del soldado, la ropa, la cantimplora, el cielo… Con cada uno de ellos hay que hacer una cuidada selección para delimitarlos. Este paso es muy importante, ya que, de no hacerlo bien, el color excederá el contorno de los elementos (y acabaremos pintando el cielo del color de la piel).
Una vez seleccionados todos los elementos se empieza a aplicar color uno a uno. Es obvio que el cielo es azul y un traje militar tira hacia el verde, pero la magia está en identificar cada uno de ellos con precisión. De esta selección de colores depende que la imagen sea armoniosa o se convierta en un total desastre.
Una vez coloreada la imagen por completo se empieza a tener una sensación del balance de colores. Ahí es cuando poco a poco se tiene que ir haciendo ajustes más precisos, como controlar la saturación o el matiz del color. A la derecha el resultado final.
Lo más novedoso fue convertir estas obras en fotos para decorar. Son pequeñas obras de arte inspiradoras de un estilo que combina escenas clásicas con colores modernos. Una de las grandes virtudes de la fotografía histórica es el amplio abanico temático que comprende: hay fotos de moda, de arquitectura, de niños jugando y, por supuesto, de paisajes. Esto permite que a la hora de colorear una foto se pueda escoger una temática u otra en función de nuestros gustos.
Por último, el punto común de las fotos en blanco y negro suele ser siempre el mismo: una composición muy cuidada, donde cada elemento que aparece en la foto juega un papel único. Por su parte, la magia de las fotos coloreadas está en la elección y combinación de los propios colores.
Gracias a Quatroymedia por abrirnos las puertas a su fascinante labor, la de otorgar una segunda oportunidad a las fotografías históricas en blanco y negro.
Podéis ver más trabajos en su web ¡Os va a encantar!