Cuando uno pisa por primera vez la Gran Manzana, la sensación es estraña. Tan familiar como aparentemente lejana, la ciudad te regala imágenes que ya estaban en tu mente. Reconoces todo, te agrada o te decepciona, pero sabes que estás ante una ciudad llena de vida. La ciudad que nunca duerme te pide a gritos que la inmortalices, una vez más, no quieres caer en los tópicos, pero es que Nueva York está llena de ellos. Es luz, es gente, es grandes rascacielos, es fast food, es consumismo.
Sin embargo, Nueva York también tiene rincones poco transitados. Ciertas calles del Soho son ideales para pasear y dejarse llevar. Uno de mis mejores momentos en la ciudad fue en esa zona. Primero me acerqué a una exposición de fotografía en un típico edificio del Soho, la galería estaba ubicada en su segundo piso, tenía ese sabor bohemio y cool, era ese típico espacio donde un historiador de arte interesado en lo contemporáneo le encantaría trabajar. Después seguí caminando por el barrio, entrando en varias galerías de arte y comiendo sushi en un encantador restaurante japonés.
Otro de los momentos más apacibles fue tras coger el funicular que lleva a la isla de Roosevelt. Pocos lo conocen, las guías apenas lo nombran, pero es sin duda una experiencia espectacular. Estar colgado por encima del río, con los rascacielos a un palmo, no tiene precio. Una vez en la isla, hay buenas vistas al edificio de las Naciones Unidas y a todo el skyline de la parte oeste de Manhattan.
Todavía está muy reciente, necesito tiempo para asumir que estuve allí y madurar mis impresiones. Pero sin duda, es una ciudad que no deja indiferente, uno de esos sitios que dices "Y después de ver ésto, ¿ahora qué?"
Sin embargo, Nueva York también tiene rincones poco transitados. Ciertas calles del Soho son ideales para pasear y dejarse llevar. Uno de mis mejores momentos en la ciudad fue en esa zona. Primero me acerqué a una exposición de fotografía en un típico edificio del Soho, la galería estaba ubicada en su segundo piso, tenía ese sabor bohemio y cool, era ese típico espacio donde un historiador de arte interesado en lo contemporáneo le encantaría trabajar. Después seguí caminando por el barrio, entrando en varias galerías de arte y comiendo sushi en un encantador restaurante japonés.
Otro de los momentos más apacibles fue tras coger el funicular que lleva a la isla de Roosevelt. Pocos lo conocen, las guías apenas lo nombran, pero es sin duda una experiencia espectacular. Estar colgado por encima del río, con los rascacielos a un palmo, no tiene precio. Una vez en la isla, hay buenas vistas al edificio de las Naciones Unidas y a todo el skyline de la parte oeste de Manhattan.
Todavía está muy reciente, necesito tiempo para asumir que estuve allí y madurar mis impresiones. Pero sin duda, es una ciudad que no deja indiferente, uno de esos sitios que dices "Y después de ver ésto, ¿ahora qué?"