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viernes, 9 de mayo de 2014


Si había una ruta que llevaba en mi cabeza muchos años, esa era la del Cares, en Asturias. Enamorada de un paisaje de pintura de Haes (puede verse en el Museo del Prado), siempre soñé con formar parte de esas montañas. Hubo un pequeño amago en 2002 pero mis facultades físicas me lo impidieron en ese momento. Ahora, 12 años después y tras varios viajes a Asturias sin visitar la zona de los Picos, puedo decir que se han hecho realidad mis deseos. 

Fue un viaje relámpago, día y medio en Asturias con el propósito principal de realizar la Ruta del Cares desde Poncebos a Caín (ya en la provincia de León). Salimos con la fresca de Madrid, llegando al Hotel Garganta del Cares para dejar la mochila y emprender la ruta. Los primeros 50 metros fueron de infarto, con la nariz entaponada y el corazón sobre expuesto, creí que me iba a ser imposible superar aquello. Entonces, respiré hondo, dejé que mi pulso se recuperase y pude seguir tranquilamente la subida de 3 kms, despacito, a mi ritmo, me había costado acostumbrarme al aire puro de un lugar cargado de todo menos de contaminación.

Pasado ese tramo, fue coser y cantar, una maravilla de sendero donde uno se siente pequeño, insignificante. La vegetación se iba apoderando del paisaje a medida que nos aproximábamos a León, a medida que íbamos sintiendo el río Cares más cerca. Y así llegamos a Caín, pueblo semi perdido rodeado de cascadas, ideal para desconectar del mundo aunque lleguen taxis. Nos dimos el homenaje de una buena comida regada con Pote leonés y lomitos al queso de Valdeón terminando con una cuajada y miel que gritaban ¡casero! en nuestro estómago. La vuelta avecinaba tormenta, pero el tiempo quiso estar de nuestro lado una vez más. Se amenizó con una tertulia improvisada en medio de la nada con un matrimonio de irlandeses, encantadores, como suelen serlo por tierras celtas. Y así, con la satisfacción que dan 24 kms, terminamos la ruta en Poncebos, brindando con una botella de sidra natural en el hotel. La ducha y el sueño fueron reparadores... Ya sólo había que subir a los lagos y ver a la Santina en Covadonga. ¡Viva Asturias!






















Fotografías tomadas con BQ Aquarius y editadas con Camera 360




lunes, 5 de mayo de 2014


Había visitado Mallorca en dos ocasiones, muy distintas además. La primera con mis padres, la segunda con mis amigos del instituto. Había conocido la isla en su cara dedicada al turismo, la más visitada. Tocaba el turno de adentrarme en uno de los paisajes más hermosos de Baleares, la Tramuntana.

Con sede en Deiá, los alrededores, gracias a ese ambiente que regala un paisaje entre la montaña y el mar, me inspiraron a retratar rincones donde la vegetación quería ser la protagonista. La Tramuntana es verdor, son casas de piedra, son fuentes, son olivos, son caracoles que salen tras la lluvia, es el agua de un azul que hipnotiza, un rojo que pinta los montes, es cava al atardecer, es la bohemia hecha pintura, un cielo cambiante con el viento suave, son coches vintage, vallas de madera y flores que nacen con la primavera...





















































Más fotografías en Flickr

lunes, 14 de abril de 2014


Esto de peregrinar a la Garganta de los Infiernos y Los Pilones en el Valle del Jerte se está convirtiendo en tradición. Sigue siendo unos de los lugares con más encanto de Cáceres. Con estampas espectaculares junto a otras más deliciadas. Todo un deleite visual y un lugar estupendo para un día de campo con el que volver con las pilas cargadas.









lunes, 7 de abril de 2014

Toda mi vida he sido fan absoluta de Asturias, incluso mucho antes de visitarla hace ya 12 años. Justo en aquel viaje tuve la satisfacción de despertar en Santander y en Laredo tras haber pasado la noche en uno de las discotecas más emblemáticas del País Vasco, la NON.



Pero hace tiempo de aquello y este año, por cosas del destino, he tenido la enorme suerte de conocer una de las zonas que tenía pendiente de Cantabria y dar fe de su espectacular paisaje. Gracias a una oferta de Groupalia, fuimos a parar a un encantador alojamiento rural en el pueblo de Novales, la Ceña, al cual llegamos con la hora pegada para la cena, tras un precioso pero lluvioso recorrido por la ribera del Duero en Valladolid y por Frómista en Palencia, lugar que tenía pendiente desde que lo descubrí hace ya dos décadas.

Llegamos a Novales de noche, un camino de curvas nos daba pistas de la espectacularidad del lugar, aunque íbamos a ciegas. Y, efectivamente, el despertar por la mañana al salir a la terraza del apartamento fue para caerse de espaldas. Estas sensaciones siempre se agradecen.

La primera parada del sábado era el pueblo de Cóbreces, a 4 kms de Novales, pintoresco y con una acantilado con cascada y antiguo molino de parada obligatoria. Del Bolao, así se llama este acantilado tan fotogénico tanto de noche como de día.

La excursión prosiguió en Comillas, con sus respectivas atracciones, destacando sin lugar a dudas la imponente Universidad, el Capricho de Gaudí y el cementerio gótico que mira al mar. Un pueblo que me sorprendió, ideal para perderse por su calles.

Seguimos rumbo a Liencres, más cerquita de Santander, haciendo parada en el pueblo de Santillana del Mar, sí, aquel donde están las cuevas de Altamira y que conserva un casco histórico la mar de fotogénico por su empaque medieval.

Liencres prometía gracias a sus acantilados y efectivamente no defraudó, pero no concretamente los que están justo en el pueblo sino a los cuales se accede desde el Parque Nacional de las Dunas de Liencres. Paraje espectacular con bosque para perderse muy cerca del Estuario del Río Pas, cuya vista desde la carretera que sube al pueblo es simplemente increíble.

Para terminar el día y tras la cena en el hotel, nos animamos a ir a hacer fotografías nocturnas a la cascada de Cobreces y mereció la pena, sin duda la experiencia más gratificante del viaje.

El domingo por la mañana lo dedicamos a conocer el Parque Natural de Saja-Besaya con dirección a un pueblo también encantador en plena montaña, Bárcena Mayor. Lugar idílico para desconectar de todo. La vuelta la hicimos rumbo a Reinosa, contemplando un paisaje de montaña en el cual aún quedaban restos de nieve.

Prueba superada, día y medio para conocer una de las zonas más bonitas del litoral cántabro. Haciendo fotos, degustando la gastronomía del lugar y... mirando al mar, que ya tocaba ;)

Os dejo con una selección de las fotos a modo de libro, haciendo paralelismos entre ellas, intentando rescatar la paz y la calma del lugar, y también las fotografías nocturnas en Cóbreces. ¡Espero que os gusten! Ah, y no dejéis de ver el vídeo :)


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