martes, 3 de septiembre de 2013


Soy incapaz de captar horizontes rectos. Por eso quizá muchas veces tiro hacia el plano holandés. O será porque no me interesa la perfección. Me despreocupan las líneas cuando son rectas, pero me gusta seguir las diagonales en composiciones abstractas. Aunque hace tiempo que me aburren mis propias fotos de arquitectura. ¡Qué digo tiempo! ¡Siglos! Voy más hacia el paisaje de interior. De interior. De interior. Del interior.

La guerra comienza cuando me veo a caballo entre las composiciones perfectas de estampas perfectas y los mundos inquietos, imperfectos, de las fotografías que cuelgan en las galerías de arte. ¿Qué siento? ¿Qué me emociona? ¿Fotografío lo que me gusta ver en las fotos de otros? 

El espejo sin reflejo hacia lo conocido. Lugar de paso en una habitación céntrica de Donosti. Al lado de un patio que contaba historias por teléfono un domingo por la mañana. Paredes empapeladas. Callejeros viajeros. Callejeras viajeras. La arena de la playa perdiéndose en la ducha de un baño compartido.

Fotografías desde la cama. Momento en que la cámara se relaja sobre horizontes caídos. Donde el pañuelo pone fin a una guerra. Donde sólo importa lo que veo, nadie más excepto mi objetivo y yo saben lo que me retuerce por dentro. Lo que me eriza la piel. Aquello con lo que sueño cada día al despertar. FIN. COMIENZO.

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