
La semana pasada hubo un momento en el cual el cielo se cubrió de gris, una especie de neblina cubría los tejados, apenas se divisaba nada. Diez minutos más tarde, miré hacia la ventana de la cocina y... de esas pocas veces, una luz anaranjada le estaba otorgando al entorno un color especial. Me asomé y de nuevo se veía la ciudad ahora cubierta por los últimos rayos del sol. Descansé. Había vuelto la calma.
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